Noches rápidas, a la deriva sin control donde los planes B nunca funcionan y las falsas treguas nos persiguen. Donde ni las estrellas se dignan a saludarnos y el mejor escondite es la niebla ficticia sobre la banda sonora de miles de gotas de lluvia contra el cristal, que amenazan tormenta atemporal. Y es que a la mujer del tiempo le gusta la lluvia, con el barro a  sus pies en el  carrusel de esta ciudad de cafés fríos sin terminar. Aunque el hombre del tiempo esté extrañamente anticiclónico; las batallas siempre acaban con dos cuerpos de ventaja, sobre el minutero del reloj.



Noches a las que, únicamente, les falta, todo el tiempo del mundo.



Hasta que llege el tiempo de las manzanas.
y se pueda bajar la guardia 
y olvidarse d-e(l) ...