Cuando se apagan todas las luces y el corazón,
y no quedan palabras silenciadas para gritar,
no sirven los gestos que no llegaron a tocar,
no cuentan los planes para otro día que no llegó,
ni las excusas que nunca hicieron falta por defecto.


Cuando todo se queda en silencio  y sin suspiros,
cuando recuerdas todos los subjuntivos  en pasado,
y te reprochas los imperativos en tercera persona,
exprimes las sonrisas disimuladas por exceso
y las miradas apartadas por delatar otra verdad.

Cuando aparece otro mundo en tu habitación,
todo lo que surge es paralelo a lo que fue,
la vida en serie se convierte en una ausencia;
las alternativas, se quedan al otro lado del espejo del parabrisas,
y todo se va haciendo más pequeño menos inmenso.

Cuando el día a día roba minutos a los segundos y no llegan,
poco a poco cada uno somos más nosotros,
y después de antes, no se imaginan más posibles;
entonces, las frases en papel no queman, duelen,
los trenes ya no pasan, se paran.