Y de nuevo, otoño, donde triunfa la vocal que no cerraste sobre mi ombligo; con más noches y sus propios retos, con el calor de la mantita con un cielo de corazones y aromas a nuevos cafés abandonados por viejos deseos, esta vez, menos reprimidos, a flor de piel, primavera de caracoles sobre tu pecho en pleno equinoccio de otoño.

Y es que, es así, tengo tu recuerdo bien aferrado a los primeros fríos, a esta estación de llegadas, a las primeras lluvias y a su sonido sobre un capó mojado. Probablemente, se nos queden pequeños todos los otoños para tanta expectativa, tantos sueños para compartir, tantos cafés en los que contarte cómo me gusta la forma en que consigues colarte cada día entre las más dulces preferencias y perversas prioridades de esta cabeza rubia.

Y es que, cierro los ojos, te veo ahí, tan nítido, sonriéndome, con tu mirada sobre mi, y no se me ocurre mejor lugar para supervivir, que este próximo otoño, contigo, por lo pronto... hasta que llegue el tiempo del jazz.