Aquellos días, llovió.

Erais los regalos de Reyes, las ganas de arrumacos y dos besos antes de ir a comer. Erais la tarta de fresas con nata cada quince de Agosto, los zumos de manzana y las cenas de un tazón de leche con pan. Erais los pijamas que huelen a ternura, las batas a cuadros y la gorra que nunca encontrabais. Erais mis domingos, las hierbas que crecen entre las baldosas en la terraza y la leña apilada a un lado de la chimenea. Erais la cara de mi madre (vuestra hija) al coger el teléfono ir oír vuestra voz cada noche, su mano agarrando vuestras enfermedades y el valor ante la lucha que huele a final. Erais los paseos de ir por la derecha y volver por la izquierda, el descafeinado con sacarina y los zumos de melocotón. Erais las noches de irse a la cama temprano y encender la luz para ver que todo estaba bien. Erais el canal 24horas y la radio a mediodía, erais la persiana que se bajaba al llegar la noche y las linternas siempre preparadas. Erais esas tumbonas y todos esos cojines, erais las plantas del descansillo y las botellas de agua. Erais todas las citas apuntadas en un calendario y un montón de frascos encima de una mesa. Erais la preocupación por la merienda, la panera y el sonido del microondas a lo lejos. Erais las trampas para ratones, las mangueras por toda la finca y aquel banco a la sombra. Erais la llave del primer piso escondida, el recogedor de hierro y el paraguero de los bastones.

Erais los motivos, sois el motivo y sereis la motivación.

Porque aunque no estéis, estáis.