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Quererle son sus susurros; el rastro de su aliento subiendo por la cara interna de mi muslo.
Quererle es su afán, su capacidad de condensación y de explosión.
Quererle es ese puente, es el tren de las cinco menos diez y todos los quilómetros que se pueden recorrer.
Quererle es cualquiera de sus lunares, el que está tras su oreja derecha y el último antes de bajarle el calzoncillo.
Quererle son sus ojos agua de mar del Atlántico, en los que mismo puedes ahogarte como vislumbrar la osa mayor.
Quererle son todos esos lugares a los que juntos hemos llegado para hacer nuestra propia cartografía en la memoria.
Quererle son todas esas canciones que nos nombran aún sin saber que les falta conocernos para ser más nuestras.

Quererle no es cualquier querer, es ese quererle así, tan él de todo y siempre.









Él; el como nunca, el como nadie,
el volcán de las debilidades que lleva por dentro.






Él, mi Buenos Aires


No he encontrado las palabras, ni el sentimiento, ni  la relación; probablemente sea tan simple cómo admitirlo,
pero estos 3 minutos 24 segundos, solo quiero recordar haberlos vivido escondiendo mi nariz en el hueco de su clavícula.








El mejor amante de mis musas:
la letra borracha que me dejan sus resacas.





Uno de esos, que transpiran ganas, respiran ideas y se mastican los problemas,
de esos, que transmiten con las yemas de los dedos y te gritan lo que sienten a susurros,
capaz de conquistar la Ántartida en pleno verano y provocar con sus besos el deshielo.