Entonces, no disimularíamos mejor, las ausencias tampoco.
Y acabó por comprarse un reloj de cuerda, que acercaba al oído para escucharle las tripas al tiempo, y olvidarse así, de la soberbia que la asfixiaba en esos días sin interrupciones.
y quizás no fuese tan fácil entender la diferencia entre echar de menos y echar en falta. Como duele una y no la otra.