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Ahora, ni él ni yo vivimos protegidos por delfines y toallas, 
se fué, dejándose lo mejor de mí misma en aquel lugar.






Fue una vez...








Un delfín y una toalla








Se enamoraron. 

Ella, le enseñó como se andaba, paso a paso, luchó por que anduviese sólo camino de sus brazos. Porque ella, sabía que los delfines, si se les muestra que se les quiere, pueden andar. 

Le enseñó las palabras justas para saber decir su nombre, que nunca se aprendió, pero que siempre entendió como toalla, como las del baño, en vez de Soraya. 

Le enseñó a responderle que la quería. A decir moito, si le preguntaba cuánto. 

Le enseñó a responder a su nombre y levantarse, a abrir los brazos para poder sentirlo contra su pecho en microsegundos, a decir adiós con su mano, a comer galletas sin partir y a mojarlas en los tarros de mermelada, a comer a cucharadas los yogures y también las fichas de los puzzles en bocados pequeños; a vigilar sus movimientos por la sala, a sonreírle cuando le llamaba, a cuidar de una muñeca, a mover la cabeza ladeándola lentamente, mientras se tambaleaba camino de sus brazos.


Le recordó mil veces su nombre, el de él y el de ella, le recordó el nombre de sus padres, el de su hermano José que se fue y nunca volvió. Le escuchó mil veces decir que él era de una casa que hay en Val do Vao y qué no sabía dónde estaba su madre o que estaba por allí.

Le enseñó, se empeñó, y al final fue ella quién más aprendió, quien empeñó su corazón.

Buscó que la reconociese, que la quisiese y al final es ella quien no puede olvidarse de su delfín que aprendió a andar, 
y que al final...se echó a volar el día antes de llegar el verano, catorce meses exactos, después de su primera mirada.

Su delfín voló. 

Y ella, se perdió en el mar de la Esperanza.




A Él,
a Delfín Fernández Gómez,
por tanto. 
















Los recuerdos están a unas cincuentaiocho vueltas entre mis sábanas pasadas las dos de la madrugada, lo he constastado una vez más, tiene pinta más de teoría o ley que de hipótesis. Los recuerdos me los trae un hipopótamo vestido con un pijama a rayas verdeazulesrojas, trae una maleta con pegatinas de los Phoskitos, y restos de sandía entre los dientes. Sólo ese hipopótamo y yo, sabemos a ciencia de mentiras autoproteccionistas, por donde he andado metida todos estos años. Resulta que cada borrón y cuenta nueva, he perdido la anterior y nunca he contado nada a nadie; y mis abismos, siempre se quedaron sin precipicio así que nunca he echo mucho ruído al caer, por lo menos, no he llorado. No había llorado, hasta que la gran borrasca se instaló entre mi ceño y mis lacrimales hace treitayochodías, supongo que abril se ha alargado un poco más en el calendario.

Y ahora, que me he cansado de rellenar el vaso, la copa y beberme las gotas saladas de todas las botellas sobrantes. He comprendido que los héroes son así, que todos llevan un guión escrito y que vuelan con arnés, que son como nosotros pero con efectos especiales. Que pocos, realmente pocos se atreven a no agarrarse a la barandilla, a saltar, que ese miedo contenido se ha alojado en otros estómagos, que las caídas solo producen carcajadas si se quedan en anécdota, que cuando toca la vida, se hace el silencio. Que es muy fácil eso de theshowmustgoon, impossibleisnothing, persiguetussueños, y sóloseviveunavez, aprovechacadaminutocomosifueseelúltimo, saluddineroyamor, elhoy, y toda esa  mierda de filosofía teórica inventada en momentos de euforia por éxitos efímeros y publicistas mal pagados, pero en la realidad, aquí, hay que echarle muchos cojones para dejar todo por nada, por simplemente respirar. 

Sin embargo, también hay una teoría por ahí fuera que dice: si no respira, está muerto.

Y martilla mi cabeza la rintintinera frase de laesperanzaesloúltimoquesepierde, espero que aún quede algo cuando la pierda, o al menos quede yo. Mi gran pequeño yo, el que se fue difuminando en los últimos  cientoyalgunosmás de los setecientosesentaynueve anteriores días a hoy.


Y al final, habrá que decantarse por respirar.



Decantar 
1. tr. Pasar un líquido de un recipiente a otro sin que se salga el poso.
2. prnl. Inclinarse claramente hacia una opinión, tomar partido.








- Eres un buen chico. Mirándote me he dado cuenta. En los siete años que llevo aquí he visto ir y venir a mucha gente. Así que lo sé. Hay dos tipos de personas: los que son capaces de abrir su corazón a los demás y los que no. Tú te cuentas entre los primeros. Puedes abrir tu corazón siempre y cuando quieras hacerlo

 - ¿Y qué sucede cuando lo abres? 

- Que te curas -afirmó. 

Tokio Blues 
Haruki Murakami







la rutina repetida aleatoriamente
la eterna sonrisa
la misma cara de la única moneda
el irremediable cajón desastre
la imposibilidad del silencio
la resonancia del fracaso
escrito en verde




aún hay hojas que están por pintar

Verde Esperanza



Lo admito: Mi rutina de todos los días, no es la que soñé.  


Mi mundo se para cada mañana, cuando entro por esa puerta. Todos los días durante unos minutos pienso que esta realidad no es la que quiero, la que soñé ni tan poco la que creo que me merezco; lo pienso para que no se me olvide, pero solo un ratito; la realidad me llama, se llama Esperanza, el lugar donde trabajo, literalmente, se llama Esperanza y es el peor nombre que se le puede ocurrir a nadie para esa realidad tan incierta que sostiene mis días. Si me parase solo un segundo, mirase y pensase, quizás no podría soportarlo.  Sé que si lo pienso, abandono, y no se puede abandonar un sitio llamado esperanza. Por eso, no dejo de sonreír. No quiero que nada me haga olvidar que esto no es lo que quiero para mañana. Pero hoy sonrío, aquí. 


                                                                                                                                                
Se llama R.S.N. de la Esperanza, 
donde espero ( y esperaré, también lo admito), pero donde no me conformo.