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- Te querré- murmuré
- Valdrá la pena- pronosticas.


La lluvia nos dará la razón.




Y al final, se lo quitó. 
-Es para verte mejor - le susurró Caperucita, sonrojada por su atrevimiento.





Lo recuerdo perfectamente, te dije: “a estas horas en la calle sólo hay putas y borrachos
Lo que no sabía, es que pueden pasear juntos y además, cogidos de la mano.





Según la tradición, se encontraron en el bosque.
El lobo feroz tenía hambre, caperucita llevaba comida.
El morbo de siempre, adaptado a los nuevos tiempos.









La chica se olvidó de regar las plantas,
entre tanta gota se confundió de gotas,
para el año se comprará un pluviómetro,
que le avise que dónde llueve es afuera.











Él, la dejó salir y se le calló el mito.

Ella, quiso irse, y no oyó ningún grito.















Le susurró su albonoz, que era demasiado pronto, para abandonar aquel café.
Llegaba tarde, y por primera vez, no le importó.








Cansada de besar príncipes y que le salieran ranas,
la princesa cambió de estrategia, 
ahora besaba ranas.









Igual que con los colores,
dónde él veía una puerta de color rojo
ella veía el rojo en una puerta;


Así, con los sentimientos,
dónde él tenía lo que quería en una chica,
ella tenía un chico al que quería.





Su película




Y así, sin darse por vencida, se convirtió en especialista en romper relaciones 
y acabó actuando como extra en su propia vida.

Nunca será nominada.
Ni siquiera aparece en los títulos de créditos.







Con sus alas puestas, sentadita sobre las vías del tren. Día tras día lo veía pasar a las cinco menos diez, siempre puntual, no faltó ningún día: ni ella, ni el tren.

Como a la chica del muelle de San Blas, a ella también la tuvieron que arrancar, se la llevaron, como a la chica del muelle de San Blas, a un manicomio. Allí, aprendió a sonreír, mientras pintaba en las paredes con lágrimas transparentes su nombre y miraba a lo lejos las vías del tren, por si a su amor le devolvían, como a la chica del muelle de San Blas. Y es que le dolía entre las piernas, como aquella primera vez, como a la chica del muelle de San Blas. 

Pero él nunca volvió. No volvió nunca, ni él, ni su amor. Como a la chica del muelle de San Blas, la chica de las vías del tren no volvió a sonreír sin pensar en él; ni a llorar sin ser por él.






Y resonaba en su cabeza una canción de su infancia, la ametrallaba y no sabía por qué: "caracol, col, col...saca los cuernos al sol".


Tampoco sabía porque empezaban igual ingenuidad e ingeniería.


Hacía tiempo, que no sabía de nada, 
si nada son otras cuatro letras, con inicial mayúscula, consonantes y vocales.


Al final, él también sería nada. Con mayúsculas también. Nada.




Por casualidad
se encontraron en Roma...

  - Susto o miedo?- le preguntó, aunque él, era de los que las matan callando.
  - ...


                                       Todos los caminos llevan a ..., 
no fue casualidad