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Ni una gota de más, tanto como ha llovido este mes de marzo;
así te echo de menos.








Le gusta pensar que bajo el aparente signo de interrogación en que se desayunan los días de lluvia,
se encuentra la exclamación de un mundo de posibilidades extremas bajo el paraguas su ternura.





Ha llovido. Es fantástico. 
Hoy he mirado las nubes, dos veces, no lo encontré, será que siempre ando con la cabeza en la tierra. 
Se hizo de noche a las seis y escasos minutos. Es fantástico, aún sin él. 
He mirado la noche, no he podido identificar ninguna de las estrellas que me enseñó: ni la estrella polar, ni el carro ni las maravillosas Pléyades, a lo mejor, es que aún anda Venus por ahí. 
Da igual, mañana volverá llover y seguirá siendo fantástico. 
Es el mismo cielo, pero sé, que las pocas veces que lo he mirado sin miedo a nada, estaba aquí, o allí, conmigo. 
Y fue fantástico.



No se pueden codificar los mensajes que tus pupilas dilatadas tienen con las comisuras de mis labios, 
ni los que hay entre los sueños y los deseos más reprimidos llevados a flote por la lluvia de este invierno.








Ha vuelto la lluvia, y con ella la vulnerabilidad,
el opioide perfecto para compartir esta ciudad.



Sobre gotas, no hay nada escrito. 



A esta chica le gusta sentirse chica-lluvia y ver las calles de su ciudad brillar en plata. Esta chica, analiza las gotas y las diferencia y clasifica en pequeños botes de cristal, que finalmente etiqueta según le venga en gana. Pero ha perdido una gota, lo sabe. No era su mejor gota, ni la más caudalosa, ni se diferenciaba de las demás gotas. Pero esa gota, era diferente. Esa gota la hace escribir sobre ella en tercera persona, porque no le gusta saberse sin ella, porque  no sabe dejar transcurrir el tiempo ni la lluvia tras los cristales sabiendo que puede pasarle desapercibida entre tantas otras.

Supone que ha llegado el momento, de sacar el paraguas y ver llover ahí fuera, aunque ya no sea abril.






Noches rápidas, a la deriva sin control donde los planes B nunca funcionan y las falsas treguas nos persiguen. Donde ni las estrellas se dignan a saludarnos y el mejor escondite es la niebla ficticia sobre la banda sonora de miles de gotas de lluvia contra el cristal, que amenazan tormenta atemporal. Y es que a la mujer del tiempo le gusta la lluvia, con el barro a  sus pies en el  carrusel de esta ciudad de cafés fríos sin terminar. Aunque el hombre del tiempo esté extrañamente anticiclónico; las batallas siempre acaban con dos cuerpos de ventaja, sobre el minutero del reloj.



Noches a las que, únicamente, les falta, todo el tiempo del mundo.



Hasta que llege el tiempo de las manzanas.
y se pueda bajar la guardia 
y olvidarse d-e(l) ...



Sabes?


Es como… cuando llueve y todo queda limpio.
Yo a veces también lluevo, con gotitas pequeñitas, y se empaña mi interior, como los cristales del coche, esos días, es cuando se escribe dentro mía, cada detalle suma y multiplica la más mísera sensación, el más milimétrico roce.


Intermitentemente
Llovía
También al otro lado del cristal
Initermitentemente
Llueve