Y es que Él aún no sabe que ha sido el roce del tiempo al compás de sus besos el que ha despejado todas sus dudas, que ahora su barbilla no descansa sino es sobre su pecho, que sus manos no tienen tacto si no es el de su piel, que el sitio perfecto para esconder su nariz es entre su pelo, que la belleza de sus ojos azules sólo la percibe cuando la mira y que en apenas dos miradas es capaz de modificar su cuerpo, de amoldarlo a sus pronunciadas curvas.
Y que no es empeño, eso de buscarlo y encontrarlo como quien procura avestruces en la Antártida en pleno verano.