No soy mucho de dormir, pero si algo sueño es despierta. Y cuando cierro los ojos, veo una casa con tazas de café sobre la mesa del salón. Y si, una de ellas huele a café descafeinado con doble cucharada de azúcar, así que no es ni mía ni tuya, pero no cabe duda de que es un poco nuestra. También veo montones de libros de segunda mano en las repisas del salón y las ventanas abiertas a primera hora de la mañana. Hay flores y menta en las macetas del balcón y toallas blancas tendidas junto a un pijama de osito. Hay una habitación con un colchón en el suelo y muebles hechos por ti a su medida. La nevera está repleta de yogures de vainilla y todo tipo de quesos menos en lonchas de sandwich. La cama está hecha, con sábanas blancas y bajo la almohada un camisón negro. En el último cajón de la mesilla de noche hay papeles con frases, como todas esas frases que te escribo y al final nunca llegan a ser leídas. Quizás esté la ropa sucia tirada en una esquina del baño, todavía tengo que pensar que voy a hacer con nuestro desorden particular, si te dejaré ser el desordenado de los dos, si reñiremos cada vez que haya que poner una lavadora con las sábanas sucias de toda una semana de amor. Veo todo eso, pero cuando abro los ojos ya no sé si mis párpados alguna vez se abrirán en una realidad que supere mi ficción. Veo, nos veo y sin embargo, todavía me dan miedo esas cuatro letras seguidas de un "juntos todos los días".
Pero aún así, aunque no cumplo promesas, ni mis ideas acaben siendo ni grandes ni buenas, no le permito lo mismo a mis sueños.